Esta tradición del 24 de enero hunde sus raíces en dos momentos históricos. Uno en el siglo VII y otro en la devolución a la Toledo cristiana de la Catedral en el siglo XI. El más antiguo corresponde a la noche del 18 de diciembre del año 645. Fue entonces cuando, finalizado el IX Concilio de Toledo, el arzobispo de la ciudad, Ildefonso de Toledo (declarado Santo posteriormente), fue hasta la Catedral para el rezo de los maitines.
Justo al entrar, un enorme resplandor iluminó el altar con la imagen de la Virgen María, que le entregó al arzobispo una casulla en reconocimiento a su devoción y divulgación mariana. La muerte de San Ildefonso un 23 de enero, hizo que la Iglesia de Toledo declarara que el día siguiente y todos los 24 de enero se celebrara un día en reconocimiento al descenso de la Virgen al santo arzobispo.